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sábado, 18 de julio de 2020

El vecino sin nombre al rescate

Nunca supe cómo se llamaba, ni a qué se dedicaba, ni de dónde era, ni exactamente en qué edificio cercano vivía. Nos conocimos por una App de citas para gays. Su número de teléfono era de un estado del medio oeste americano, pero los dos vivíamos en Nueva York, en la misma calle, en la misma esquina.

Y ese número que empezaba con 651 se convirtió en una especie de teléfono SOS para emergencias sexuales, especialmente mías. Durante esos dos años, yo estuve soltero y también en una relación abierta a distancia (venga, todo junto); él tenía pareja.

Sus mensajes eran cortos: hey?, what’s up?, are you horny? Y me ofrecía sexo instantáneo, al cabo de minutos del primer mensaje.

En la App se presentaba como activo y abierto a todo, pero en nuestras emergencias el juego era casi siempre el mismo: venía a chupármela.

Tenía algunos requisitos, pero pocos.