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sábado, 18 de julio de 2020

El empresario desvirginador de jóvenes atléticos

Me llamo Horacio Bustamante y soy, digamos, manager de talentos deportivos que es mi especialidad en la ciudad de Colombia. Soy venezolano de nacimiento pero hace algunos años, por la situación de mi país, me vine para el país hermano donde se me han abierto las puertas para los negocios. Claro que cuando hay platica (dinero) de por medio todo se puede. Soy de familia económicamente solvente pero aquí me he expandido más. No soy el típico tipo apuesto o de buen cuerpo, todo lo contrario, soy gordo, bajo, moreno, cachetón con papada, una barbita de candado. Tengo 44 años y digamos que nadie voltearía a mirarme, pero como dije antes, el billete lo mueve todo; billete mata a galán, como decimos en mi país.

Sucedió que una tarde me llama por teléfono un amigo mío que quería impulsar la carrera de fitness de su hijo que ya rondaba los 20 años y había comenzado a los 17 en el culturismo. Mi amigo se llama Genaro y su hijo Hernán. Yo imagine que si Hernán llevaba casi tres años en el gimnasio debía tener un cuerpo fabuloso. Le respondí que si, que no veía ningún problema en ayudarlo pero que quería verlo para apreciar su potencial pues no lo veía desde que tenía 16 años.

Él sacerdote, yo seminarista

Esto me sucedió en 1987 cuando yo era seminarista en el Estado de México, es una historia 100% real.

Era el primer día de mi tercer año en el seminario, estábamos reunidos en el comedor los más de 100 seminaristas y como era costumbre cada año, se presentaban los sacerdotes que serían nuestros rectores y profesores, me dispuse a escuchar una aburrida presentación cuando su voz me atrapó por completo.

Buenas tardes jóvenes, soy el padre Martín Juárez, tengo 27 años, seré su profesor de lógica, ecónomo del seminario y su consejero, cualquier cosa que necesiten díganme, les aclaro que no tolero los juegos de niñas, nada de que hoy le hablo a fulano y mañana ya no, ¿De acuerdo? si necesitan hablar con alguien aquí estoy, si necesitan dinero pídanme (cuando dijo esto me desagradó mucho y así le comenté a mi compañero de al lado) y si se quieren dar de golpes pues búsquenme y lo hacemos, estoy para servirlos en lo que sea, ¿Alguna duda?

El vecino sin nombre al rescate

Nunca supe cómo se llamaba, ni a qué se dedicaba, ni de dónde era, ni exactamente en qué edificio cercano vivía. Nos conocimos por una App de citas para gays. Su número de teléfono era de un estado del medio oeste americano, pero los dos vivíamos en Nueva York, en la misma calle, en la misma esquina.

Y ese número que empezaba con 651 se convirtió en una especie de teléfono SOS para emergencias sexuales, especialmente mías. Durante esos dos años, yo estuve soltero y también en una relación abierta a distancia (venga, todo junto); él tenía pareja.

Sus mensajes eran cortos: hey?, what’s up?, are you horny? Y me ofrecía sexo instantáneo, al cabo de minutos del primer mensaje.

En la App se presentaba como activo y abierto a todo, pero en nuestras emergencias el juego era casi siempre el mismo: venía a chupármela.

Tenía algunos requisitos, pero pocos.

Alan se vuelve mi puta

Esta es otra anécdota que me paso y es una experiencia gay.

A mis 26 años de edad estaba todo fuera de control, les confieso que fui violado por mi entonces jefe y honestamente desde ahí le agarré el gusto a los hombres, ya les conté cuando me cogí al jotito del barrio y hoy les cuento cuando uno de mis mejores amigos, entre alcohol y bromas, terminó siendo mi funda.

Él se llama Alan, un güero vende quesos sin ofender a nadie ya que así le decíamos, nalgón y muy aventado.

Todo sucedió una noche mientras tomábamos y recordábamos viejos tiempos, a él lo había dejado su novia y por más que lo invitaba a ir con otras chicas él quería seguir fundido en su depresión y alcoholizándose.

La noche trascurría y yo como de costumbre estaba caliente y entre juego y juego, le arrimaba la verga a Alan el me aventaba riendo y a veces seguía el juego, todo hasta que llegamos a la charla.

Dando sexo oral en un cine porno

Los que vivan en la ciudad de México posiblemente hayan oído del Cine Teresa. Hoy convertido en una plaza de electrónica varia, alguna vez fue un cine para adultos muy conocido, en parte por estar sobre una de las avenidas más importantes, como por ser un lugar muy frecuentado por la comunidad gay y uno de los primeros lugares del giro que llegue a visitar, y también uno de los últimos. Ahí fue donde me paso lo que estoy por narrar.

Años antes de que lo cerraran, en un viernes como cualquier otro, yo salía de la oficina e iba camino a mi casa. No sabría decir bien que me sucedió, cuando salí de la oficina estaba pensando que cenar, si me daría tiempo de ir a comprar esto o aquello, y que pendientes tendría para el lunes que regresáramos a trabajar. Menos de una hora después de salir, y sin entender bien las razones, estaba pagando mi boleto, deseoso de terminar la noche en algún hotelucho de la zona. Todo sin planearlo o pensarlo, solo con las ganas del momento. Quizás no termino como lo esperaba, pero sigue siendo una de mis experiencias favoritas.