Voy a ir contando algunos recuerdos de mi juventud, cuando las cosas se hacen sin querer, pero ¡se hacen, joder! Yo tenía entonces 18 años, había ido a visitar a mi tía y darle algunas cosas que mi mamá me había dicho que le llevara. Recogí la caja, me la llevé, se la di a mi tía, ella en secreto me dio mi propina como hace siempre. Comí con ellos, mi tía, su esposo al que llamo tío y mi primo Santi. Después de comer me quedé un rato a ver la televisión, mientras mis tíos se preparaban para salir, no sabía exactamente donde ni pregunté.
Mi primo Santi, un chico de 19 años que mide 1,80 m, de complexión delgada, antes de que se fueran sus padres, me preguntó si me gustaría pasar el fin de semana jugando con él, pensé en mi madre que es viuda y le dije que tendría que avisar en mi casa. Él mismo llamó y dijo:
— Tía, he invitado a Juancho para que me acompañe este fin de semana que me quedo solo, ¿que te parece?
Me pasó el móvil y me dijo mi madre: